Muxía es conocida por su iglesia parroquial, el mirador del Corpiño, el Santuario de la Barca y la Piedra de Abalar, entre otros atractivos. Sin embargo, nosotros te recomendamos visitar también alguno de los secaderos de congrio que aún siguen activos en el pueblo. Son un patrimonio más desconocido, pero muy valioso por su singularidad. Descubre porqué!

El sector forestal será la palanca que ayude a otros sectores en la transición hacia una bioeconomía circular, ofreciendo soluciones con certificado de sostenibilidad PEFC.

Los secaderos de congrio

La conservación de los alimentos fue una preocupación principal desde tiempos remotos. Secar, ahumar, salar o escabechar el pescado era una forma de conservarlo cuando no se consumía en fresco. Nosotros te vamos a hablar de dos de esos métodos: el secado y la sala.

El secado consiste en la deshidratación parcial del pescado por los efectos del aire y del sol. En el ahumado se emplean maderas poco resinosas (abedul y laurel principalmente) que reducen la humedad del pescado, incrementando su tiempo de conservación. La inmersión del alimento en sal (salado) o en un jugo ácido (escabechado) también detiene la putrefacción. Sin embargo, estos procedimientos artesanales fueron desapareciendo cuándo se generalizó la comercialización de conservas herméticas.

Los secaderos de Os Cascóns y el de Pedriña son los únicos secadeiros de congrio en activo de la Península Ibérica. En el de Pedriña todavía se realiza el proceso de curación y secado de forma artesanal. 

Secar o curar el congrio es una tradición que algunos remontan a la Edad Media, pero que por lo menos se hacía ya en los s. XV y  XVI. Es en esta época cuando se documentan intercambios entre Muxía y pueblos de Cataluña, Aragón o Castilla. Los aragoneses, por ejemplo, traían cuerdas para las embarcaciones y cobraban en especie los congrios secos. 

Los secaderos se instalan en la costa, en lugares soleados y con viento del noreste. Están formados por una estructura de varales de madera entrecruzados (cabrias). Siguiendo el procedimiento tradicional, el congrio se somete al esmunifado, que consiste en abrirle la cabeza con un machete sobre un cepo bajo. A continuación, en un tabla inclinada, se realiza el lañado, que consiste en abrir el pescado longitudinalmente para extraerles las tripas y la pieza de carne. Después, con un cuchillo de grandes dimensiones, se hacen agujeros en la piel del pescado para conseguir un secado más intenso y rápido. Se lava en el agua de mar y se envara, introduciendo una vara por los agujeros de la parte superior, para así mantener la piel estirada. La vara se cuelga en las cabrias y se retira después de 1 o 2 semanas (dependiendo del clima), para  enfardalo en un prensa y embalarlo.

Los saladeros

En Galicia ya se documentan saladeros desde época romana, y los documentos medievales aluden a la exportación de pescado salado y de pulpo seco y curado al aire desde nuestros puertos. Sin embargo, será de la mano de los comerciantes catalanes que empiezan a llegar a Galicia en el s. XVII cuando la industria conservera gallega tome verdadero impulso.

Inicialmente, los catalanes venían a comprar el pescado (principalmente sardina, pero también caballas, agujas, boquerón o atún) para aplicarles métodos de salazón propios del Mediterráneo. Instalaban pequeños barracones de madera al lado del mar y allí intercambiaban vino, aceite o jabón por pescado. Sin embargo, ya desde inicios del s. XIX empiezan a establecerse aquí con pequeñas empresas, introduciendo nuevas técnicas de salazón y nuevos sistemas de trabajo. Al igual que en el caso de la madera, se privatizan los medios de producción y surgen los primeros trabajadores asalariados.

En Galicia, el método de salado habitual era el escochado, que consiste en limpiar una a una cada pieza de pescado, sacándole cabeza, espina y tripas, para después meterlas en remojo en salmuera (agua saturada con sal) durante 1 día entero. Se retiraban entonces para introducirlas en barricas de madera, de nuevo con sal; se tapaban y ya estaban listas para la venta. Los restos del pescado (cabezas, tripas…) se prensaban para extraerles la grasa (saín), que se empleaba para refinar el cuero, proteger la madera, fabricar pinturas o como aceite para las luminarias. Sin embargo, siguiendo este método no se extraía la grasa del pescado que se salaba, por lo que con el tiempo, iba adquiriendo un color amarillento fruto de la oxidación, que dificultaba su comercialización. Con el método del salpresado, introducido por los catalanes, esto no ocurría, ya que el pescado también se prensaba.

foto de Xenaro Martínez Castro, maqueta del Museo do Pobo Galego.

En general, los almacenes de salado se sitúan en la línea de costa, en lugares de fácil acceso desde el mar para facilitar el desembarco de la materia prima. La mayor parte tienen una única planta de forma rectangular, con un patio central (el claro) en el que se disponía un canal para desaguar los líquidos del lavado del pescado. A un lado del patio se encuentra la chanca, donde se sitúan las pilas para salar el pescado, y el alfolín, el almacén de los utensilios y taller de carpintería. En este último se construían los cascos, recipientes cilíndricos hechos con duelas de madera de pino sujetas con aros de cinta de castaño o aliso. Los primeros eran de gran tamaño, con capacidad para 20.000 sardinas, lo que dificultaba su traslado; por eso, se fueron reduciendo sus dimensiones hasta la popular pandereita, que contiene alrededor de 20Kg de pescado.

Al otro lado del patio se sitúa el morto, donde se prensaba el pescado, cuya grasa discurría por canales abiertos en el suelo que decantaban lo saín en depósitos. 

Con el tiempo, la conservación en recipientes herméticos, primero de vidrio y después de hoja de lata, se impuso como método de conservación frente a la sala. La primera conservera moderna se puso en marcha en Galicia en el año 1879 en la Illa de Arousa, y pocos años después, en 1907, ya se registran más de 100 empresas de este tipo.

Santuario da Barca

La virgen llegó a Muxía por mar, en una barca de piedra cuyos restos se pueden ver aún en las cercanías del santuario que se erigió en su honor; son la piedra de abalar (el casco de la barca), la piedra de los cadrís (la vela) y la piedra del timón. Es decir, el Santuario de la Barca no es solo el templo, sino también las piedras mágicas que hay a su alrededor.

La Pedra de Abalar tiene la propiedad de curar y de propiciar la fertilidad; además, solo puede hacer oscilar quien esté “en  gracia con dios”. La Pedra dos Cadrís alivia el dolor de espaldas y la reuma si pasas por debajo de ella nueve veces consecutivas. Según los historiadores, se trata de una cristianización de un culto pagano anterior, que también se repite en otros puntos de la Costa da Morte, como en el promontorio Nero y en el Monte del Pindo, en relación con ritos de fertilidad.

El santuario sufrió numerosos incidentes; la propia piedra de abalar fue quebrada por un rayo. En el año 2013 se produjo un incendio que devoró totalmente el templo.

Desde aquí puedes acercarte a la fuente de la piel, un manantial en el que se aseaban los peregrinos antes de entrar en el santuario para evitar contagiar la lepra. Un sendero te llevará también al alto del Corpiño, desde el que disfrutarás de una visión panorámica de la villa, del mar abierto a tus pies y de una magnífica puesta de sol. 

Vuelve en el mes de septiembre, para celebrar la romería de la Barca, reconocida como fiesta de interés turístico nacional.

El Papel de PEFC

Muchos sectores como el agrícola o el pesquero buscan al sector forestal para el suministro de materia prima en muchos de sus elementos de trabajo, barcos, barcas, nasas, bateas, astilleros, secaderos,  saladeros, cajas, envases, embalajes, palets, etc,.

El sector forestal puede ofrecer nuevas soluciones sostenibles basadas en la naturaleza para liderar la transición hacia la neutralidad climática. Sin duda, el sector forestal será la palanca que ayude a otros sectores en la transición hacia una nueva bioeconomía circular.

PEFC promueve la certificación como herramienta que asegura que los ENVASES, EMBALAJES, BOLSAS, VASOS, ESTUCHES de madera, papel y cartón, o cualquier otro producto forestal, proceden de bosques donde se respetaron criterios sociales, ambientales y económicos.

Los consumidores demandan cada vez más la sustitución de plásticos por materiales naturales renovables, reciclables y biodegradables como la madera, papel o cartón, de los productos que adquieren. 

Para cumplir con las expectativas de sus clientes, cada vez más productores a lo largo de la cadena de suministro que quieren demostrar que los materiales forestales que utilizan provienen de fuentes legales y sostenibles,  eligen certificar sus procesos con el sistema PEFC, para garantizar su origen.

El consumo ético está en alza, por lo que se requiere que las empresas utilicen ecoetiquetas como PEFC en sus productos, demostrando transparencia, integridad y trazabilidad, generando confianza en el consumidor.

Iniciativa promovida por el programa “O teu Xacobeo” de la Xunta de Galicia